Malena Müller
Un viernes en la noche, en camino a un concierto, no sabía que me esperaba, sólo que sería una combinación de jazz y música andina. Nos recibe la policía militar en la entrada del Pentagonito, un lugar de historia política del país y un documento arquitectónico del barroco militar. La brutalidad de las líneas rectas, los ángulos agudos, el gris y la extensión del terreno transmiten la impresión de impotencia y rechazo. La feroz solidez, la autoridad del concreto un reflejo del deseo de control incondicional, la plenitud del régimen militar. Al mismo tiempo me sorprendió encontrarme en el interior con arañas de cristal, parecidas a las que tenía mi abuela, una aparente ruptura con la propuesta pero sin una contradicción inherente. Aún más me sorprendió el concierto. Jean Pierre Magnet con su Serenata de los Andes, una fusión genuina de las melodías y los ritmos andinos, de la propuesta y las historias de esta música con los elementos del jazz, realizado con saxófonos, zampoñas, violines y vasta energía. Muchos seguramente reconocen la música de Marca Perú, pero es más que esto. Es un equivalente a la gastronomía fusión, a las propuestas culinarias de Gastón Acurio y otros. Aparentemente la fusión se convierte en una característica, un símbolo de lo peruano, de la peruanidad. La comida, la música, la moda, el arte, todas formas de expresión de sentimientos, de ideas, ilusiones, deseos e impresiones, de cambios y de movimientos. Percibimos estas fusiones en primer lugar con lo que es la tradición cultural costeña, las influencias de la música, la comida. Lo Andino se reencuentra en la moda, en las telas usadas y fusionadas con modelos occidentales, en parte para turistas, pero también propuestas más genuinas, así como la cocina novoandina. La música de Magnet nos presenta la música andina de forma accesible, en un contexto y una interpretación que nos hace comprensible de forma más occidental esta hermosa música tan distinta a lo que acostumbramos escuchar en Lima americanizada, pero sin embargo no es menos parte de la cultura peruana.
Esa noche, el concierto en el Pentagonito me pareció tan emblemática para este país. La combinación del lugar, con toda su falacias, su significado, su historia, con una nueva propuesta de la autocomprensión, una nueva interpretación de lo propio, no tanto en contraste con lo ajeno, sino más bien en cierta unisonancia consigo mismo y el otro. El ambiente daba la impresión de desmoronamiento, el techo con manchas de agua, cayéndose, los asientos antiguos e incómodos, el equipo reproduciendo los altos y bajos de vez en cuando un poco desajustados. La música proponiendo un contrapunto, una nueva idea, nuevas posibilidades, un nuevo mundo. El viejo símbolo decayéndose, dejando espacio para crear nuevos mitos, una nueva visión.
En conjunto estos discursos, sea la música o la gastronomía, proponen una nueva y diferente autocomprensión, forman un discurso nacionalista, quizás de la nueva generación, sin un demonio al otro lado de la frontera, sin la enemistad de los nacionalismos tradicionales. El debate de globalización e internacionalización propone la superación del paradigma nacional, pero sin embargo el concepto sigue vigente y no parece, al menos en la realidad de la mayoría de las sociedades, haber perdido su poder vinculante. El Estado sigue siendo el paradigma de organización social dominante a pesar de que las sociedades y comunidades encuentran nuevas formas de autocomprensión y autodelimitación, como se ve en el caso de las comunidades de migrantes transnacionales. Los límites de la identidad individual o comunitaria ya no son y siguen siendo las fronteras del Estado y las narraciones nacionales sujetas a estas. Quizás Perú es uno de lo países que tiene la ventaja de recién estar construyendo realmente una nacionalidad, en un nuevo sentido, sin el peso de la anterior. Quizás se puede plantear una nueva comprensión de nacionalidad en el contexto de la globalización. Quizás la falta de formulación y argumentación hasta ahora se convierte la posibilidad de reaccionar frente a los nuevos retos, a las nuevas redes, sin la necesidad de enemigos pero sí en un permanente discurso a partir de lo propio y de la fusión de aquello con el resto del mundo.
El Pentagonito desmoronado podría ser un símbolo de la superación del pasado, la superación de lo estricto, brutal, del concreto con el cual esta construido hacía una visión más transparente, más contemporánea, una sociedad menos colonial en sus formas de expresión y relacionamiento. Sin embargo esto requiere de la disposición y capacidad de debatir, de reflexionar y de emprender. Depende de la voluntad de los narradores, políticos, artistas, músicos, escritores, científicos, y en el caso del Perú, los chefs, de crear y difundir una visión distinta, de superar normas sociales vigentes, coloniales, militares y oligarcas, de superar el individualismo radical, que se plasma por ejemplo en el tráfico vehicular, y crear un sentimiento de comunidad, la percepción del prójimo y una narración vinculante. Si bien el contenido puede ir cambiando, aparentemente el proceso de la articulación de una narración nacional sigue siendo la tarea de una élite intelectual, depende de su voluntad e interés. La propagación en contraste se realiza por mano de las instituciones.
Quizás en algún momento estas nuevas visiones, esta nueva autocomprensión se transmitirán al sistema político, a la realidad y la institucionalidad de la organización social. Hasta entonces la percepción seguirá marcada por una imagen heroica y gloriosa del Perú, representado por un militarismo cultural, por las marchas y los feriados de batallas. Seguirá siendo tal como lo canta Zambo Cavero: “Y se llama Perú, con P de patria, la E de ejemplo, la R de rifle, la U de unión. Yo me llamo Perú, pues mi raza peruana, con la sangre y alma pinto los colores de mi pabellón.” La diferencia y oportunidad es que ahora se esta ampliando la paleta de colores y tonos así como la gama de símbolos que se pintan con ellos.